Un día como hoy, pero de 2019, el mundo miró con horror cómo las llamas devoraban parte de uno de los monumentos más emblemáticos de la historia y la fe cristiana: la Catedral de Notre Dame de París. El incendio, que comenzó al caer la tarde, colapsó su icónica aguja y consumió gran parte del techo, dejando heridas profundas en el corazón de millones.

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En su interior se encontraban reliquias de valor incalculable. Entre ellas, la Corona de Espinas —que, según la tradición, fue colocada en la cabeza de Jesucristo durante su crucifixión—, un fragmento de la Vera Cruz y uno de los clavos de la crucifixión. 

Gracias a la rápida acción de los bomberos y el personal de seguridad, estos tesoros sagrados lograron ser salvados a tiempo. 

También se preservaron los tres rosetones, las estatuas de los doce apóstoles (que habían sido retiradas días antes para restauración) y el gran órgano, aunque resultó afectado por el humo y la humedad.

Hoy, seis años después del desastre, Notre Dame ha renacido. Tras una restauración meticulosa que combinó técnicas medievales con tecnología moderna, la catedral volvió a abrir sus puertas al público el domingo 8 de diciembre de 2024 a las 18:30 horas. 

En una ceremonia cargada de simbolismo, el arzobispo de París, Laurent Ulrich, golpeó con su báculo las puertas de Notre Dame, marcando oficialmente su reapertura.

Millones de personas de todo el mundo han seguido de cerca este proceso, contribuyendo con donaciones y apoyo simbólico. Notre Dame, más que una catedral, es ahora un testimonio de la fragilidad del arte, la resiliencia humana y la fuerza de la memoria colectiva.